Por Carolina Mejía
Hace algunas semanas inicié una serie de recorridos por distintas regiones del país. No comencé por los centros económicos ni por los núcleos urbanos más visibles. Comencé por la frontera. Y no fue una casualidad ni un gesto simbólico. Fue una decisión profunda, tomada con sentido de responsabilidad. Porque en la frontera comienza la patria. Porque es allí donde se expresa con mayor crudeza lo que debemos proteger y con mayor claridad lo que aún debemos construir.
La situación que hoy vive nuestra región fronteriza está marcada por una tensión creciente que combina factores migratorios, económicos, de seguridad y de cohesión social. La crisis prolongada que atraviesa Haití ha dejado de ser un tema limitado a su territorio: se ha convertido en un desafío regional. Y para nosotros, como nación vecina y que históricamente ha sido solidaria, representa uno de los mayores retos de esta generación.
En ese contexto, he querido estar allí, escuchar de primera mano, caminar junto a quienes viven día a día el impacto de esta realidad. He conversado con agricultores que se esfuerzan por mantenerse productivos en medio de la situación; con madres que crían a sus hijos con más fe que certezas; con jóvenes que no quieren abandonar sus pueblos, y para quienes podemos construir más razones para quedarse. He visto a soldados dominicanos resguardar nuestra soberanía con disciplina, y a funcionarios locales dando la milla extra. Esas vivencias no se olvidan.
Encontré en la frontera una realidad geográfica, una expresión viva de nuestra identidad nacional, pero también un recordatorio de lo que debemos fortalecer, mejorar e implementar: más inversión, más planificación, más articulación territorial. La frontera no es solo un perímetro a controlar; es una región que urge incorporar plenamente al desarrollo del país.
Desde los regímenes autoritarios hasta la total pérdida de control efectivo sobre su territorio tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, Haití ha sufrido una serie de rupturas institucionales que han debilitado su capacidad de gobernarse y de garantizar seguridad a su población. Las bandas criminales han ocupado ese vacío. Y aunque la comunidad internacional comienza a reaccionar, la realidad es que la República Dominicana ha tenido que enfrentar sola, durante un tiempo que ya resulta inaceptable, las consecuencias directas de ese colapso.
Durante esta visita, pude constatar el resultado de las decisiones valientes y necesarias que el presidente Luis Abinader ha tomado: la construcción del muro fronterizo, el fortalecimiento de los controles migratorios, la elevación del tema en escenarios multilaterales. Es un camino correcto que debemos consolidar.
Este recorrido no solo reafirmó mi compromiso, sino que consolidó mi visión de lo que debemos impulsar desde el Estado. La seguridad comienza donde empieza el Estado. Y si el Estado está presente en la frontera con escuelas, hospitales, empleo y presencia institucional firme, entonces también estará más fuerte nuestra soberanía.
Nuestra política migratoria debe mantenerse firme y apegada al imperio de la ley, pero no debe abordar únicamente los mecanismos de control: debe ser más integral. Por eso, es necesario acompañarla de una agenda de desarrollo para las comunidades dominicanas que viven en la frontera. Podemos hablar de soberanía y hablar también de salud, de educación, de infraestructura, de empleo.
Imaginar el futuro del país sin pensar en la frontera sería un error histórico. Mantenerla como el punto final de la patria y no como el lugar donde inicia, es marginarla y contribuir a que se perciba como una zona de riesgo. Yo la veo como una promesa pendiente. Como un territorio donde podemos demostrar que el Estado puede llegar, quedarse y transformar. Que podemos convertir una línea de defensa en una zona de desarrollo.
Por eso comencé por ahí. Porque la frontera no es un lugar que marca el fin. Es el lugar donde comienza la patria. Y es desde allí donde también debemos empezar a construir el país que soñamos. Si algo he aprendido en el servicio público es que se lidera desde la cercanía, diciendo presente donde hace falta estar, no desde donde resulta cómodo.
En la frontera no hay ciudadanos de segunda. Hay dominicanos que han sostenido, con esfuerzo y dignidad, esa primera línea de nuestra patria. A ellos también les debemos justicia.
Sueño con una frontera que deje de ser vista solo como línea divisoria y se convierta en eje estratégico de desarrollo nacional. No se trata solo de presencia física del Estado, sino de construir una visión de país donde cada región, especialmente esta, sea parte activa del porvenir.
La República Dominicana ha demostrado muchas veces que sabe levantarse ante los desafíos. Hoy, el reto está claro y el momento es ahora. Que la historia no diga que miramos hacia otro lado. Que diga que supimos responder con valentía, con justicia y con visión.