A Roberto lo conozco desde hace varias décadas en mi pueblito Baní. Un lugar de ensueño donde cualquier mortal es lo más cerca que podrá estar del cielo, como decimos los banilejos.
Empezó de inmediato a entregarse entero a las que han sido las dos grandes pasiones de su vida, su apostolado: Las luchas sociales por un mejor porvenir para los más necesitados, y el magisterio. Ese muchacho largo como alcornoque se echó casi de inmediato en un bolsillo el cariño de los banilejos. Recuerdo algo ocurrido…