El Cardenal y el monseñor

Estoy convencido de que la juventud hoy cree que todo lo que hay en el país lo dejó resuelto Cristóbal Colón.  Algunos más novedosos piensan tal vez que fueron cosas que solucionó Juan Pablo Duarte y que poco después completó Gregorio Luperón; en sus dislates olvidan las que hizo Ulises Hereaux; y no por más tardío, menos importante y trágico, Rafael Leónidas Trujillo.

Pero lo cierto es que en 1966 – tras la revuelta de Abril -éramos una república destruida, tan atrasada como Haití; sin embargo a diferencia de este vecino, desde entonces fuimos capaces de trabajar en la construcción de una república viable – llegando a acuerdos en cada crisis -, por qué una nación ya lo éramos y en ese camino del “entendimiento” que nos ha permitido prosperar aportó mucho Agripino Núñez Collado y eso sin el liderazgo del Cardenal López Rodríguez habría sido imposible.

En ese sendero de 56 años hay que ser mezquino o tonto para no sacar su comida aparte a Joaquín Balaguer, a Peña Gómez y a Juan Bosch, antagonistas públicos que siempre lograron anteponer el interés de la República, hasta cuando parecía que era imposible.

La transformación de una economía agrícola precaria basada en la caña de azúcar, la creación de la clase media y de las instituciones que conforman la democracia actual construida a través de crisis electorales recurrentes tendríamos que ser ignorantes y muy mezquinos para no reconocer la contribución del Cardenal y el Monseñor.

La iglesia católica – siempre presente en la vida pública – vituperada a veces con razón o sin ella fue capital para salir de la tiranía pero años después también lo fue para construir la democracia electoral en las crisis políticas de 1978, de 1986 y 1990 y sobre todo la crisis de 1994 que produjo los primeros cambios constitucionales contemporáneos, ninguna de ellas pudiera haber sido resuelta en forma satisfactoria sin el Cardenal o el Monseñor, quienes como Benitín y Eneas se colocaron en medio de los intereses particulares para consensuar puntos comunes nacionales.

El cardenal era entonces un Príncipe en todos los sentidos, en el sentido práctico y en el sentido nobiliario, siempre presente y siempre distante, creído de su condición y sin embargo accesible.

Hoy tal vez ya el no hace tanta falta pero es porque cuando hizo falta estuvo presente de manera valerosa.

Del monseñor tendría que nacer otra vez Maquiavelo en el sentido correcto de la ciencia política, para manejar en conocimiento de los artificios del Estado, los hilos del poder político y sus conspiraciones, siempre para evitarle a la República dolores de cabeza con la astucia de un Chapulín colorao…

Desde la fundación de la República hasta la fecha hay muy pocos hombres y mujeres que hayan influido de manera tan determinante en el curso de la historia como el Monseñor con su hablar campechano desprovisto de interés lingüístico: Gracias a Dios que – por sus aportes previos – hoy, ya no es tan necesario para el curso normal del desenvolvimiento institucional… pero oír y leer sus experiencias nos ayudará a conocer la historia y desde luego, a entenderla.

No tengo idea – cómo la mayoría de los dominicanos – de por donde anda en su retiro el Cardenal,  ni en qué humilde aposento eleva sus oraciones el Monseñor, pero sí sé que la República prospera que se construyó en las últimas décadas – cuando en otros territorios americanos fracaso- aquí no habría sido posible sin el Cardenal o el Monseñor: Aquí – desde 1978 – no hubo un fuego que esos bomberos no apagaran.

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